domingo, 17 de junio de 2012

10 AÑOS / SILVIA BORGHI


10 años que inicié mi camino migratorio. Salí de la ciudad de donde creí jamás irme. El corazón agitado y el cuerpo dispuesto.
Lo mío fue por amor... pero de tintura romanticona, poco...
Migré de preferencias.
Migré de amigos, de tamaños, de calles.
Cambié una bicicleta por tres medios de transportes.
Mucha adrenalina, desconocida.
Migrar implica por lo menos endurecer la piel.
Migrar, en un principio te deja desnuda de ser. La necesidad es urgente: dejar los bolsos, los recuerdos, sacudirte la nostalgia, olvidar querencias. Ya no un DNI.
Migrar te da herramientas, pero hay que tomarlas: ojos nuevos, alma permeable, manos disponibles, amores prontos.
Fue difícil, pero pude, puedo, reinventarme.
Un clavado a mi archivero, 10 años de burocracias. Formas migratorias, pasaportes varios.
No todo es horror en el migrar, aunque siempre hay dolor por lo que se deja, aún en las situaciones en que migrar implique un aumento en el bienestar. Es importante sacudirse la nostalgia - me digo y repito- cuando el cielo no se ve tan azul como lo recuerdo. No hay necesidad de indagar tanto en la memoria agigantada...
Cuando imagino volver a moverme de la tierra, pienso: sólo lo haría hacia mi lugar de origen o me quedaría, definitivamente, en esta ciudad. Y mi decisión, o esa disposición a priori está teñida del color del esfuerzo que hice por adaptarme. 
Cierta vez escuché a una escritora de la frontera, decir que ella no era mitad estadounidense y mitad mexicana... ella era 100% de ambas cosas, y adopté para siempre esa definición. Sin dudas es mucho más enriquecedora, me hace dueña de mi bagaje, lo uso a disposición e imagino que no lo cargo...
Pero esa elección implica una disposición del alma, de algún modo de estar ligera (vacía?) en el momento de la reapropiación...
Al fin y al cabo, si elegiste la partida, no es tan grave, me convenzo, qué más nos define si no tantos discursos como emprendamos? Soy la que quiero ser. 


A priori, pensamos que permanecer quietas es una ventaja o una necesidad del bien vivir. Asumimos que los hijos deben ir siempre a la misma escuela, con los mismos compañeros, el barrio ha de ser el mismo, las calles, las fachadas que den soporte a nuestra memoria (firme?)...
Cuando mi hijo cumplió 9 años, había asistido a 7 escuelas, por distintos motivos yo había tenido que cambiarlo. La culpa que sentía era enorrrrme. Pero un día vi algo que me cambió esa certeza de estarme equivocando:
Tomy se sentó al lado de un niño, y le dijo: "querés ser mi amigo?". Y sin más, comenzaron una relación de amistad.
Tomy no tiene mayor inconveniente para establecer nuevos lazos, es desapegado y mira con buenos ojos lo que vendrá, y disfruta mucho del hoy.
Cuánto hay de obligatorio y mítico en la idea nostalgiosa de la necesidad de echar más raíces que alas?
Me lo pregunto, cuando me veo empujada a sacudir la nostalgia....

 

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